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viernes, 28 de junio de 2013

A Santiago siempre se vuelve


A Santiago siempre se vuelve. Las lágrimas que riegan la Plaza del Obradoiro nunca son gratuitas. Siempre hay un motivo para llorar. Lágrimas de alegría o de tristeza, pero siempre de emociones desbordadas. Lágrimas contagiosas. Lágrimas que acompañan abrazos, besos, hasta promesas de amor eterno, desgranadas a la sombra de una catedral majestuosa que guardará celosa el secreto de esos juramentos para exigir que se cumplan.

Cada uno de los que nos propusimos correr por relevos desde León hasta Santiago teníamos un motivo diferente, pero todos estábamos unidos por una idea común de colaborar con nuestro granito de arena a la lucha contra el cáncer. Hemos sido más de 50 los que hemos hecho algún tramo del Camino en estos tres días, pero nos hemos sentido arropados por muchos más que han colaborado con aportaciones de todas las cuantías.

De León a Santiago son 350.000 pasos. 350.000 pasos que dimos y ninguno de ellos gratuito. 350.000 pasos en compañía de unas personas maravillosas de las que podría escribir durante horas. Pero no quiero nombrar a ninguno de los que me acompañasteis. No quiero hacerlo porque dejar a uno solo sin mencionar supondría un desplante imperdonable por mi parte. Vuestra alegría era la mía al final del viaje. Vuestras felicitaciones, un motivo para seguir luchando y para inventar nuevos retos que ya hierven en mi cabeza.

Vosotros, que me agradecíais mis desvelos para dar forma a este sueño, tenéis que saber que me habéis dado mucho más de lo que jamás podré devolveros. Por todo ello, soy yo quien os da las gracias. A Santiago siempre se vuelve. Y volveremos todos. Los que estuvimos este año y los que no pudieron subirse esta vez al carro, pero que volverán para acompañarnos y para fundirnos en un abrazo sincero al pisar las desgastadas piedras del Obradoiro.

A Santiago siempre se vuelve. Y volveremos en 2014 para dibujar otra carrera diferente. Como la de este año. Como la del pasado. O como la de 2011. O como todas las que vendrán. Porque vendrán. Santiago tiene la magia del fin del mundo; de ese lugar en el que un camino se agota, pero del que nacen mil senderos que un día serán camino y acabarán en otra parte; Santiago es el punto final que es a la vez principio. Santiago es el destino final en el que se cumple una promesa, o se satisface un reto, o se completa un viaje al centro de nosotros mismos.

A Santiago siempre se vuelve. Quizás porque la sensación con la que regresas a casa es que allí se ha quedado una parte de ti mismo, y que te espera junto al Apóstol. Yo también volveré porque allí he dejado algo de mí y he prometido que no iré solo a buscarlo. Necesito que me acompañes y que volvamos a derramar lágrimas en delante del Pórtico de la Gloria, y nos abracemos, y nos miremos sin decir nada. Cuento contigo. ¿Vienes?



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